- Te lo dicen -murmuró ella.
El suspiró.
- ¿Y por qué no prestamos atención?
- ¿Habríamos cambiado algo?
- Ahora sí -aseguró el-. Si tuviera que vivir otra vez, sabiendo...
- ¿Qué les dirias ahora a nuestros hijos, si los tuvieramos? -preguntó la mujer.
- Les diría que piensen siempre: ¿De veras quiero hacer esto? ¡No importa lo que se haga, sino que uno lo haga porque quiere!
Ella lo miró sorprendida. Sin duda no suele hablar de ese modo, adiviné.
- Les diría que no es divertido -continuó el hombre-, cuando te quedan 6 meses de vida, preguntarte qué pasó con lo mejor que pudiste haber sido, qué pasó con lo que importaba. -Tosió con el ceño fruncido, y apagó el cigarrillo en el cenicero.- Les diría que nadie quiere dejarse llevar por la... mediocridad, pero así ocurre, muchachos; ocurre, a menos que uno piense en todo lo que quiere hacer, a menos que uno decida siempre lo mejor que pueda.
-Deberías haberte dedicado a escribir, Davey.
El hizo un gesto negativo con la mano.
- Es como si, al final, te encontraras con un examen sorpresivo: ¿Estoy orgulloso de mí mismo? ¿Entregué mi vida para convertirme en la persona que soy ahora! ¿valía el precio que pagué?
De pronto se lo oía terriblemente cansado.
Lorraine sacó un pañuelo de papel de su bolso, apoyó la cabeza en el hombro de Dave y se enjugó las lágrimas. El marido la abrazó, le dio palmaditas, se enjugó también los ojos y ambos guardaron silencio, sin contar aquella tos empecinada.
Uno, Richard Bach
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